domingo, 16 de septiembre de 2012

Arroyo

A veces nos tropezábamos con huesos de vaca, se escondían en el pasto un poco seco. Porque casi siempre era otoño, o será que yo recuerdo el sol bajo, no ardiente, sino calmo, dulce, cobrizo.
Llevábamos las cañas al hombro, por supuesto porque era como en Tom Sawyer o Huckelberry Finn, aunque muchas veces nos enredábamos el pelo, pero siempre la caña al hombro, y Fernando gritaba: Che, cuidado con los anzuelos. La Carnada, mis manos llenas de tierra, dejando deslizar lombrices y sintiendo ese olor a humedad. 
Yo siempre pensaba en música de fondo para estos tres que caminábamos, a la tarde, como en una película. La música era de aventuras, instrumental.
Un día inventamos que nos habíamos perdido. Fernando: a ver...a ver...el sol sale por el este y se oculta por el oeste...Mariano asustado.
Corriendo, salpicándonos, mojándonos los pies con el agua del arroyo, que nos engañaba escondida bajo los platitos de las plantas acuátcas. Yo con mi ansiedad, pensando en que cuando llegáramos a Luján ibamos a tomar la leche en lo de Fernando y con el equipo de química abriríamos las mojarritas y yo iba a saber cuál era la vejiga natatoria que permitía nadar a los peces. Fernando hablaba tanto de eso. 
Y las vacas que caminaban o nos miraban tranquilas y yo pensaba que era Europa, con Cadmo y Fénix y que quizás apareciese el toro blanco, hermoso...
Siempre estábamos con el temor de algún croto o borracho que nunca apareció. Nunca tuvimos aventuras, las inventábamos nosotros, creo que las llevábamos en nuestras pequeñas almas. Un día Fernando me preguntó si yo daría la vida por él. Porque era así, éramos AMIGOS, de cuentos, de series de tv, de películas, quizás unidos ante las dificultades de la vida que tendríamos que enfrentar más tarde. A Mariano lo protegíamos, aunque a veces los dos se confabulaban contra mí, pero yo no me preocupaba, porque sabían que necesitaban una mujer, una heroína a la que tener de la mano para cruzar el arroyito, a la que hacerle el camino más fácil.
 Y caminábamos mucho, mucho, aunque supiéramos que estábamos a menos de ...no sé, nunca tuve noción de distancias. Pero no muy lejos de nuestros padres, que se quedaban tomando mate a la sombra.