lunes, 1 de julio de 2013

Diseños verdosos

Salí de la oficina  a las cuatro de las tarde. El día  ya estaba usado, sancochado, a las ocho  había llegado con el aire puro que se  había empezado a ensuciar desde el momento en que entré al palacio municipal ¿Cómo recomponer el día?
La plaza que había sido nueva y fresca a la mañana, a esa hora ya era de otros.
Cruzaba la calle para tratar de que el sol me diera en la cara y ayudara a desembotar la cabeza y todo el cuerpo. Y lo vi.
Ya lo había visto hacía como un año, ahora ya no era tan flaco pero tenía los mismos ojos grandes y amarillos con tintes verdes, los mismos ojos que nunca cambiaron desde allá, desde la  quinta de la Hostería en ese verano tan lejos.

Volvíamos a casa temprano, como a las seis y media porque mi mamá quería ver La Señora Ordóñez, una novela con la que extrañamente se había enganchado y que daban a las siete.
Noblex rojo blanco y negro con antena. Los dos ventanales abiertos. Yo regaba las zinias del cantero mientras se escuchaba la novela adentro.
Los ojos amarillos cerrados con las pestañas empapadas saliendo del agua ¡Marco! ¡Polo!
Te vas porque yo quiero que te vayas… a la hora que yo quiero te detengo… el leit motiv de la novela la tiene loca a mi mamá, ella reflotó esos boleros que me revuelven el estómago, ya sé que a ella le recuerdan su adolescencia en los sesenta pero yo no quiero acordarme de tu cara y tus ojos con esa música de fondo, así que cierro la canilla y me voy al sauce de atrás con el libro de San Francisco de Asís.
El párrafo se va y vuelve, el cristo de San Damiano le habla a Francisco: véte y repara mi iglesia, una hoja de sauce se posa en el libro. Es de un verde muy claro.
Aparece ya tu cara completa, tu pelo y  tu cuerpo, y todo el alrededor: una quinta llena de gente, los grandes, sentados junto a la pileta, inamovibles, (nos acercamos a darles un beso y nunca más), los chicos son muchos, muchos primos, andan solos por todos lados y juegan en el agua.
Y vos estás ahí, callado, alegre, el cuerpo flaco y el pelo enrulado rubio, como los ojos: rubio verdosos. No sos un querubín, tenés catorce años y vas a la escuela industrial, sos el más grande de todos y el más aplomado y duro, estás un poco más allá, pero los juegos son los mismos y la sonrisa y la amabilidad te acercan, me acercan.
La mirada turbia por el cloro forma un arco iris de colores aguachentos, y los chicos borroneados van a la mesa de abajo de la pérgola donde comemos parados y vos te peleás con tus hermanos por las facturas que están contadas.
En la penumbra de la casa colonial nos chocamos camino al baño y me tocás el hombro, amistoso.
El cañaveral, un techo verde y hojas en el piso, la choza que armaron, llevamos el nesquick y las masitas para allá los más grandes, los de diez para arriba… los chiquitos nos andan buscando, vos y tu short escocés y las piernas largas y huesudas, estás pelando una caña con un cuchillo. Tu hermano se mete una rana en la boca y deja una pata afuera a modo de lengua reptil. Todos nos reímos y vos también pero seguís mirando el trabajo de la caña.
Hoy me tocaste el hombro, siento el toque y la mirada, sí ya sé… no es de amor, ¿y como sé como es una mirada de amor? No sé. Puede ser.
Francisco, véte y repara mi iglesia que se está cayendo en ruinas, le dijo el crucifijo a Francisco.
Ya las letras se ven poco, empiezan a sonar los grillos y se acerca el chorro de la manguera con mamá. Parece que terminó la novela.
La espalda contra la humedad del pasto y veo toda mi vida futura, toda mi vida entera en esa calma de Francisco, fundiéndome con la gente y  la tierra y el agua. Pero con vos, con tu sonrisa quieta y los ojos amarillos.
En la cama. La ventana está abierta y sólo se ve lo negro a través de las persianas, mi hermanita me pide que estire la mano y se la dé porque tiene miedo, yo también tengo miedo, de que empiecen las clases, de que termine ese verano.
Ya es febrero y carnaval. Las calles de tierra del mediodía levantan una capa que aplaca la estridencia de los turquesas y fucsias de los shorts y las remeras.
La camioneta está bien cargada de globitos de agua y las del campamento vamos de recorrida  por las calles buscando la cuadra donde están jugando los demás chicos.
Por allá se ven, está tu hermano pero vos no estás. Sólo los chicos que todas las chicas quieren ver, vos no estás, no sos de los chicos que las chicas quieren ver, no te andás mostrando. -
El hermano Maseo quedó lleno de tanta gracia de la tan deseada virtud de la humildad y de tanta luz de Dios, que desde entonces aparecía siempre lleno de júbilo; y muchas veces, cuando estaba en oración, dejaba escapar un arrullo gozoso semejante al de la paloma: «uh, uh, uh», y con el rostro alegre y el corazón rebosante de gozo permanecía así en contemplación. Así y todo, habiendo llegado a ser humildísimo, se reputaba el último de todos los hombres del mundo.
Yo quiero ser humilde toda la vida y confundirme con la tierra y no aspirar a ningún bien material, pero me tengo que mostrar para que me veas, esto que soy ahora, esta  soy yo, pero no me mirás, vos no me mirás. Seguro que el domingo, después de misa  te veo, mamá me deja ir un rato al centro.
A través del sauce mamá pasa con ropa para tender.
-Hay un pantalón re lindo All Stars en Manzanitas, mami, ¿lo puedo comprar?
-Debe ser caro
-Y sí, pero me compro eso y nada más
-Bueno pero pensá que con esa plata te podrías comprar tres prendas y sólo te va a alcanzar para una. 
-No importa, prefiero el pantalón solo.

Las piedritas rojas de la plaza manchan las chatitas blancas y el pantalón hace bailar las frutillas rojas de su estampado.
Ya me encontré con las chicas y ahora vamos a tomar un helado a lo de Cachumba. Entre todos los chicos amontonados busco y te busco, no estás… hasta que veo que María Marta mira por sobre mi hombro y luego a mí con una sombra de inquietud que me hace latir rápido el cuerpo.
Ahí estás, pero algo pasa.
Me doy vuelta y aparece el sobresalto, la sangre agolpada toda junta en algún lugar indefinible.
Estás con una chica, de la mano vienen, no puedo describir la imagen, pero define lo que es, estás con una chica.
Un instinto de conservación me ayuda a componerme y vuelvo a  la charla.
Esa noche me voy a la cama de mamá y papá llorando porque no puedo dormir, y  llega ese sosiego, ese consuelo eterno, suave, único del nido.
Mamá diciéndome:
-Mañana van a estar hablando de otros chicos, vas a ver que se te pasa toda esta angustia. Siempre estas cosas a tu edad duelen un ratito y después pasan.
Era verdad, pasó rapidísimo el dolor.
Pero todo lo demás quedó en algún lugar difícil de encontrar o descifrar. Y es muy leve y a la vez hondo, como un estanque de agua con verdín abajo que emite diseños verdosos, marrones y amarillos como sus ojos, todo lo demás quedó claro y nítido como un cuento y a la vez difuminado como los chicos detrás de la mirada de agua con cloro de la pileta.

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